Exhibición Martes 8 de febrero
Ciclo: “Lo arbitrario de los géneros”
Drama
Dogville
dirigida por: Lars Von Trier

Si existe una categoría temática difícil de establecer en el cine, ésa es la del melodrama. La razón es bien simple: sus estrategias estilísticas y sus cualidades argumentales (sentimientos desaforados, golpes de efecto en la línea dramática, redención de los personajes a través del afecto, preeminencia del estereotipo folletinesco) son aplicables a la inmensa mayoría de las películas existentes. Por un reduccionismo ciertamente inexacto, tendemos a relacionar la palabra melodrama con filmes como Tiempo de amar, tiempo de morir (A time to Love and a Time to Die, 1957) o Imitación a la vida (Imitation of Life, 1959), de Douglas Sirk; Lola Montes (1955), de Max Ophuls, Doctor Zhivago (1965), de David Lean, o Love Story (1970), de Arthur Hiller.

Dicho reduccionismo conduce a pensar que un melodrama cinematográfico es, simplemente, una película romántica, de efecto lacrimógeno, en la que los personajes ven contrariados sus sentimientos. Aplicado al cine, el término vendría a describir, más que un género, una forma de narrar, basada en los giros súbitos de la acción, el juego simplificado de connotaciones morales y el resorte sentimental y apasionado que mueve a los personajes. Dicho de otro modo, un uso preciso del término melodrama afectaría a la práctica totalidad de la producción de Hollywood.

En la cultura de masas del siglo XX, este género llegó al cine y a la televisión, fijando entre sus argumentos más eficaces aquellos que narran la fatalidad, los amores contrariados, la entrega familiar, y en suma, todo lo sentimental.

Su forma más dulcificada sería el llamado cine romántico. Por otro lado, el género ha ido tomando formas nacionales que ya son clasificables como subgéneros. El melodrama mexicano, al estilo de En tiempos de don Porfirio (1940), de Juan Bustillo Oro, María Candelaria (1944), de Emilio Fernández, y Aventurera (1949), de Alberto Gout, anticipa lo que luego serían las telenovelas latinoamericanas, por lo común centradas en heroínas en busca del cariño verdadero. En buena medida, esa faceta televisiva ha sido la que mejor y más ampliamente ha cultivado la vertiente amorosa del género melodramático.

Con su más reciente filme, Dogville (2003), el danés pone el dedo en la llaga de la vulnerabilidad humana como nadie antes lo había hecho, por lo menos en los últimos años. A medio camino entre las más descarnadas tragedias griegas y el teatro de Brecht, Dogville es a partes iguales un experimento fílmico y la consolidación -si es que cabría alguna duda- de la aguzada visión de Von Trier sobre la naturaleza humana y de su inventiva en el desarrollo argumental y técnico de la puesta en escena.

Dogville es el nombre del pueblo de los Estados Unidos donde se desarrolla la historia de Grace (Nicole Kidman), una bellísima fugitiva que escapa de unos gángsters encontrando en ese apacible villorrio de apenas unas cuantas casas, la comprensión, bondad e ilusiones para deshacerse de su pasado e iniciar una nueva vida, precaria, pero feliz.  



Productor
Vibeke Windelov

Dirección
Lars Von Trier

Guión
Lars Von Trier

Fotografía
Anthony Dod Mantle

Edición
Molly Marlene Stensgård
Música no original
Antonio Vivaldi

Diseño de producción

Peter Grant 

Vestuario

Marjatta Nissinen

Reparto
Nicole Kidman
Harriet Andersson
Lauren Bacall



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